Elisa Rando (especial para ARGENPRESS.info)
Sí, ¡Qué vergüenza señor ministro! ¡Qué vergüenza!
Usted, ¿sabe, qué es la vergüenza?
Proletario quiere decir obrero. Obrero quiere decir trabajador. Y trabajador es el hombre, la mujer y muchas veces el niño, que producen riquezas que no consumen. Objetos que no poseen. Placeres que no conocen. Esto no sale de alguna elucubración ideológica, apátrida y trasnochada. Esto surge de la vida misma. De la vida cotidiana. Del análisis doméstico. De la feria y del mercado. Del árbol genealógico y las historias clínicas. De la memoria colectiva de todos los que integran la siempre utilizada y luego olvidada clase obrera. Esa que va al paraíso. ¿La recuerda? Era cuando usted empezaba y yo era joven y militante. De pie la aplaudíamos en los modestos cines de Lavalle. De pie y a los golpes peleábamos en las calles en su defensa. Nunca tuve aspiraciones de ministra y lo más alto que llegué fue a Coordinación Federal. En la calle Moreno. Tiene unos sótanos espléndidos. Sórdidos, sombríos, siniestros. Las tres SSS. Se acuerda de las tres SSS alemanas. ¿A usted, alguna vez lo llevaron allí?
Pero vea si soy apresurada. Allí arribita empecé a desmadrarme. Utilizo, espontáneamente, la palabra proletario.
¿Sabe por qué? No necesito pensarlo.
Me sale de las entretelas. Sale sin pensarlo. Sale del corazón y la bronca de cualquier revolucionario. De cualquiera que se sienta un poquito socialista. Surge naturalmente.
El proletariado es la pieza más simbólica e indispensable en el proceso de producción capitalista. En la máquina de la explotación mundial del ser humano, es la que masifica hombre y las mujeres que trabajan. Eso todo junto, es la clase obrera.
Proletario, es un vocablo con fuerza propia. Pero de uso y especulación ajena. Nadie se confunda. Algunos, muchos, lo maltratan. Cuanto más lo necesitan más lo maltratan y desprecian. Cuanto más indispensable resulta, más pronto se deshacen de él. Lo reemplazan, por temor al reclamo, a la indemnización o a la huelga. Huelga solidaria. De clase. De clase proletaria. De clase obrera. Señor ministro, entérese. Por favor, entérese.
Su padre, se lo habrá contado.
El proletario muestra. Muestra en su propia explotación, la presencia siempre infame de su explotador. El capitalista explotador existe. De carne y hueso, es su hacedor. Machaca lo más barato, la carne humana. Sin explotación, no habría proletariado. Sin proletariado no habría acumulación ladrona de jornales no pagados. Y eso es un robo, en todas partes, es un robo.
Favorecido por la complicidad de los gobiernos, el machacador, machaca. En esa complicidad se concreta, sostiene y maquina el sistema. Se juntan y amparan los ladrones. Por lo tanto, todos, confabulados utilizan como materia prima al hombre que desprecian y humillan, pero que le resulta indispensable para crear las riquezas que no reparten. Que crecen y acumulan con la fuerza y el sufrimiento ajeno. Que ni siquiera pagan. A esos, a los explotadores ampara el sistema que sostenemos todos. También el explotado. Sistema para reprimir, someter, perseguir, encarcelar, torturar y desaparecer a los que tienen la dignidad de sentirse personas con derechos adquiridos…Y se organizan y luchan. Luchan con la dignidad de la que carecen los gobiernos y la clase explotadora. Aquí y en el mundo entero.
El capitalismo no tiene nacionalidad, de la misma manera que no tiene sentimientos. Exige complicidad, y la obtiene. Reclama impudicia. Paga serviles y servicios. Cómplices y socios de sus delitos. Son delincuentes reconocidos y atentos. Justificados y amparados por leyes que hacen fantoches con el mismo grado de desvergüenza con el que usted actúa, señor ministro.
Y también ustedes, señores jueces. Señores fiscales. Señores senadores, diputados. Todos tan atentos con los desatentos. Todos dando la espalda a la Razón y a la Justicia. Mofándose de las organizaciones obreras que luchan sin ser reconocidas. Que son ilegales por luchar. Mientras se paga a capitalistas metidos a gremialistas para sostener al poder de turno. Para que actúe urgente y servicialmente en defensa del sistema y la explotación. Con un grado de ferocidad inconcebible. Dictando leyes o disparando balas contra obreros empobrecidos arrojados a la miseria y a la mendicidad sin solución ni futuro.
Con la misma ligereza aceptan órdenes de las Cámaras Empresariales, nido de ilegales, legales, que disponen de secuaces en todos los estamentos del estado. Que somete y reprime y desaparece, a los que no tranzan con sus mafias organizadas. Cuando se les dio la gana. Cuando se les dio la orden.
Mendicantes de leyes de excepción que amparan el despilfarro y el atropello, hasta los límites insolentes del desconocimiento de la condición humana. Del derecho de los pueblos. De la razón que se espanta asombrada por la incomprensión y la intolerancia.
¿Usted, señor ministro, se ha dado cuenta de lo que ha hecho? ¿De lo que está pasando?
¿Tiene la dimensión exacta. Las consecuencias de los episodios que ensombrecieron la tarde del viernes 25 de septiembre? ¿Tiene noción del alcance de sus disposiciones? ¿Qué ha hecho señor ministro, con la legislación, los obreros y la historia?
¿Tiene conciencia de la etapa que usted ya pudo haber iniciado la tarde del 25 de septiembre? ¿De la terrible orfandad legal en que nos metió la tarde-noche del viernes 25 de septiembre?
Se lo recuerdo. Fue en Pacheco. Había gente honesta. Obreros. Trabajadores.
Como fue su padre. Explotados, como fueron y son todos los padres y madres que trabajan. Gente, pero claro, gente pobre. ¡Pobre, la gente pobre! Sr. ministro. ¿Por qué no fue a Pacheco? Los despachos entabican la verdad. Los traidores los transitan. Y usted los escucha. Y los paga.
Que tristeza me dio lo que miraba. Que aleccionador fue lo que miramos. Qué imposibilidad de vuelta atrás, es lo que evaluamos.
Usted ha provocado con su gesto de Napoleón enfurecido y desclasado un retroceso que rememora épocas que todavía están en deuda con la justicia y la razón.
Sólo eran obreros que querían seguir siendo obreros. ¡Vaya delito de inconscientes! Querer vivir y educar a sus hijos en la cultura del trabajo.
Sólo había hombres y mujeres. Sus hijos, desde afuera miraban sin entender. Sólo eran hombres y mujeres que todos los días, desde la madrugada se inclinan sobre máquinas que producen manjares que los pobres no consumen.
Y lo que le digo no es ni chacarera argentina ni rock americano. Es la verdad absoluta de una clase que vende –cuándo tiene y dónde tiene- su fuerza de trabajo. Sólo para seguir siendo un explotado más el día siguiente. El mes siguiente. El año siguiente. Cadena sin fin que rompe sólo el final de la vida.
Usted, señor ministro, ¿analiza lo que hace, antes, durante y después de hacerlo?
Si lo hace, ¿con quién consulta?
Si consulta, ¿quién lo autoriza?
Si lo autorizan, ¿por qué se esconden?
Si se esconden ¿dónde los encontramos?
Si los encontramos ¿qué debemos hacerles?
Porque usted solito, solito ¿delineo el plan y la estrategia? Se contestó todas las dudas –supongo que tuvo dudas- evaluó las consecuencias?
Cuando mandó que la locura perversa y asesina barriera Pacheco. ¿Lo pensó un poquito? ¿Cuándo, como usted dice, militaba- nunca recibió un palazo en la cabeza?
¿Qué hizo? ¿Les dio las gracias, y se fue? ¿Usted no sabe que la gente si no trabaja se muere de hambre? ¿Usted no sabe que el hambre de la gente es su condena?
En Pacheco, los obreros –hombres y mujeres- de overol y manos duras, son los que elaboran todos los días, los dulces, las golosinas y los bizcochos que inventaron hace tiempo para el té de las cinco, en las casas donde se puede tomar té, a las cinco de la tarde. Aquel té, que usted pensó, estaba tomando Julio Jorge López en casa de la tía. ¿Lo recuerda, señor ministro? Cuando usted inventó “la historia” del té y de la tía, López ya había sido secuestrado por los desconocidos de siempre. Y ya, también, lo había encapuchado y asesinado, en homenaje al “valiente” comisario Etchecolatz. Usted era entonces Ministro del Interior y que yo sepa, por sus dichos y su inacción, no fue imputado. Tampoco Julio Jorge López contó para su rescate, con los valientes que ayer gasearon, tirotearon, arrastraron a mujeres embarazadas. Levantaron por los pelos a niños y adolescentes que reclamaban a sus padres. Las fuerzas policiales que usted mandó, señor ministro, tomaron declaraciones en lugares ilegales, como es el interior de la fábrica donde trabajan los mismos detenidos. Lo hicieron, sin la presencia de abogado alguno. Lanzaron la antigua sombra de la brutalidad acaballada, como fue la fuerza bruta de la montada. Nobles bestias, conducidas por bestias, al servicio del terror y del espanto. Los abogados fueron cercados en los playones exteriores y la locura se apoderó de todos. Se secuestró la razón y la justicia se quitó la venda. Todo el mundo verá la verdad de lo que afirmo. Los medios, ¿los medios denunciarán? Los medios que ya no existirían si no tuvieran matrículas renovadas, por los años que querían. En las reuniones internacionales ¿qué dirán? Señor ministro ¡qué vergüenza! ¿Qué pensarán de nosotros, los argentinos? Que hacemos poesías al mundo libre.
¿Que pasa con las libertades plenas? En las puertas de la capital misma del país argentino. ¿No es hora de que le exijamos un poco más de cordura? Pedimos lo indispensable. Le pedimos coherencia señor ministro. Crecimiento y coherencia. Al menos la misma que tiene con la mafia que lo visita.
Cuando firmó, o tomó el teléfono. Cuando gritó, porque el miedo hace que algunos griten… y muy fuerte para darse coraje ¿No le asistió un segundo la vergüenza, el temor o una modesta pizca de duda y de memoria? La duda no es patrimonio de los débiles. La duda importa tener conciencia. La del hijo del obrero, por ejemplo. ¿Dónde la olvido? señor ministro. Su padre ¿qué le diría, su padre?
Muchas veces –dicen los que saben-, que un poco antes de morir no se grita…, pero se llora. El miedo de morir. El miedo de morir que muchas veces se parece al miedo de vivir sin dignidad ni provecho. Pero usted que es más guapo que valiente, parece que no tuvo dudas. Es un hombre sin dudas. ¿Sabe, señor ministro? Es peligroso carecer de dudas.
Usted, su entorno, se habrán quedado con algunos trofeos muy queridos de la lucha por la libertad y la justicia. De la lucha por nuestros compañeros desaparecidos, que ahora estarían clamando justicias en las calles. Pero quiero que sepa, la impunidad no se obtiene con trofeos prestados. Ni pañuelo ajeno consuela demasiado.
De la justicia así olvidada, los pueblos cuando se cansan y reaccionan, suelen ser irreductibles. Pero siempre son justos. Porque… siempre tienen razón. Los estafaron.
Nos asisten 30.00l razones para exigirle prudencia. Para demandarle justicia. Para proteger la dignidad. Para mirar para abajo. Que la clase obrera va al paraíso no tenemos dudas. Pero que usted comparta ese paraíso estoy segura que allí no nos encontraremos. Y una cosa más. Soy una modesta ciudadana que pasó varias calamidades en su vida militante. Como tantos. Y como muchos más que recorrerán los mismos caminos transitados. No crea que recién comenzamos y que practicamos el escapismo y el goce diletante. Es cierto, soy marxista. Soy socialista desde antes que usted naciera. Perdone la primera persona, pero no integro ningún montón arremolinado por el viento. No me equivoco de carpa . No me abrazo al enemigo. Tampoco al poder de turno. No voy con banderas rojas a rancho ajeno.
La Revolución es cosa de gente seria. Que se lo cuente el Che.
Deje que los pueblos, el nuestro también, construyan y hagan realidad sus sueños de solidaridad proletaria.
Señor ministro, no lo atropelle. No lo estafe.
El cansancio lo demanda y la vergüenza que no demuestra, lo obliga.
La clase obrera, tiene un símbolo. Se llamó y se llama Agustín Tosco. Fue obrero. Luz y Fuerza era su gremio, Córdoba, su lugar. Y el Cordobazo su honra.
Ese es mi modelo. Le pido. Le exijo, que lo respete.
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